Apareció de la manera más singular, tras un nick y en medio de uno de esos chats que congregan a tanta gente. En ese momento las preguntas atropelladas y unos cuantos trucos de cartas hicieron que ella quisiera que se volviesen a encontrar, cosa bastante imposible de no ser porque él era mago.
Pasó el tiempo, y un día de esos en que no esperaba que nada sorprendente pasase, se lo volvió a cruzar por la red. Y vaya si había mejorado su magia, ahora ya era capaz de hacer aparecer de la nada flores de plástico y pañuelos de colores. Los fuegos artificiales sacados de la chistera aún estaban por llegar.
Pasaron muchas horas de confidencias, muchas más de las imaginables y de las convenidas, eso fue forjando, sin darse apenas cuenta, una sólida amistad que superaría todas las barreras habidas y por haber, una de esas a las que se le puede colgar el cartel de “A prueba de bombas”, a pesar, queridos amigos, de que ellos lo ignoraban. Y aunque los ánimos de uno y del otro desfallecieron en multitud de ocasiones, algo, quizás la magia, los mantuvo unidos.
Ella aprendió a volar con él, a ser paciente y a entender la vida de otra manera, casi del revés. Él aprendió que una chispa era suficiente para arder el fuego, que la cobardía anidaba en su corazón y que el daño a veces nos deja fuera de combate. Juntos aprendieron que las mentiras son armas de doble filo, que tarde o temprano los castillos en la arena se desmoronan y que los cuentos de príncipes y princesas no estaban hechos para ellos.
Pasados los años, el mago y ella, siguen encontrándose de vez en cuando en el mundo paralelo de internet; haciendo caso omiso de los relojes de arena, leyendo en los subtítulos de las sonrisas del otro lo que sólo ellos saben ver y jugándose a las damas lo que no son capaces de pedirse cara a cara.
2 comentarios:
Me gusta!!
Si es que donde esté un mago... Que los príncipes de hoy en día destiñen!
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