Así decía una frase del guión de Casablanca, y así dice también alguna estrofa de una canción de Ismael Serrano. Y es que, el amor llega cuando menos lo espera uno; no entiende de momentos perfectos, ni de prototipos, simplemente aparece y si el mundo no se está derrumbando, él hará que así sea, al menos nuestro mundo interior, nos creará un caos dentro de nosotros y nos lanzará a una espiral vertiginosa provocándonos sensaciones placenteras y dolorosas.
El amor no avisa, ni nos llama antes para pedirnos una cita, para consultarnos si nos viene bien o no enamorarnos en este momento o en otro, sólo llega, se instala y hace de las suyas. Y en algún momento de lucidez, somos conscientes de que vivimos en una nube y que, lo que pase alrededor poco importa si el corazón está latiendo fuerte por alguien; podemos sentirnos capaces de todo si esa persona nos mira...nos volvemos vulnerables, porque nuestras defensas, las murallas que construímos con tanto esfuerzo y dedicación han sido devastasdas por este sentimiento. Nos damos cuenta de que hay una lucha entre la cabeza y el corazón, razón y pasión, y la victoria final no está en uno o en otro, sino más bien en conseguir que haya un concenso entre ambos, un punto de equilibrio que nos permita disfrutar de ese amor sin sentirnos culpables por dejarnos llevar.