Permanecieron en silencio varios minutos, no es que no supieran qué decir, sino más bien no sabían cómo hacerlo, se habían dicho demasiadas verdades en tan poco espacio de tiempo que aún les costaba asimilarlas todas y el daño que había causado la primera estaba latente cuando llegó la última.
Seguían en silencio, pensando cada una en sus cosas, que bien podían ser las cosas de la otra, dándole vueltas a la situación, tratando de aclararse o de hallar un punto de inflexión en el que ambas se sostuvieran en pie sin tambalearse. No querían que todo se quedase ahí, y temían que en el fondo, el haber destapado la caja de Pandora las hubiera lanzado a cada una a un extremo de la tierra, abriendo ante ellas abismos insondables.
No alcanzaron a decir nada cuando el tiempo se agotó, todas las idas y venidas de sus pensamientos habían sido en balde, no quedaban palabras que explicaran, no había excusas que las sacaran del desastre, no había nada, porque finalmente supieron que la única respuesta es que no había respuesta, no existía por más que la habían buscado, no estaba en sus manos lo que sucedería con todo aquello, y ya sólo les quedaba, lo más difícil, esperar.
Esperaron, y sí, los abismos se hicieron reales, y todo lo que creyeron que sería casi eterno cuando se conocieron, aquella amistad que se forjó entre apuntes y notas escritas, con confidencias a horas intempestivas y lugares comunes, quedó relegada al olvido amargo y extraño donde se colocan los objetos rotos que ya no nos servirán jamás, pero que nos negamos a desechar.
Seguían en silencio, pensando cada una en sus cosas, que bien podían ser las cosas de la otra, dándole vueltas a la situación, tratando de aclararse o de hallar un punto de inflexión en el que ambas se sostuvieran en pie sin tambalearse. No querían que todo se quedase ahí, y temían que en el fondo, el haber destapado la caja de Pandora las hubiera lanzado a cada una a un extremo de la tierra, abriendo ante ellas abismos insondables.
No alcanzaron a decir nada cuando el tiempo se agotó, todas las idas y venidas de sus pensamientos habían sido en balde, no quedaban palabras que explicaran, no había excusas que las sacaran del desastre, no había nada, porque finalmente supieron que la única respuesta es que no había respuesta, no existía por más que la habían buscado, no estaba en sus manos lo que sucedería con todo aquello, y ya sólo les quedaba, lo más difícil, esperar.
Esperaron, y sí, los abismos se hicieron reales, y todo lo que creyeron que sería casi eterno cuando se conocieron, aquella amistad que se forjó entre apuntes y notas escritas, con confidencias a horas intempestivas y lugares comunes, quedó relegada al olvido amargo y extraño donde se colocan los objetos rotos que ya no nos servirán jamás, pero que nos negamos a desechar.
2 comentarios:
;-)
Gracias por volver, ya tenía mono. Me ha gustado especialmente esta última entrada que habla de abismos...
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