viernes, 20 de marzo de 2009

Echando los cerrojos

Si pienso en los buenos momentos que vivimos, temo ser arrastrada por la culpabilidad y el arrepentimiento; por eso cada vez que me asalta uno de esos recuerdos, también traigo a la memoria los otros, aquellos en los que el dolor se instaló con profundidad en mi ser y en los que pude ver esa otra cara tuya, la que no adivinaba cuando todo era magia y felicidad. No me quedo sólo con lo malo, pero a estas alturas, soy capaz de decir con total neutralidad que lo negativo venció con creces lo positivo. ¿Qué debo hacer? ¿Qué haces tú? Me pregunto, si tú, como yo, pensarás que lo más maravilloso también fue lo más devastador, marchitando sentimientos, trastornando vidas, cambiándonos para siempre.
La desesperación es mala consejera, lo sé, y quizás por aquello debería pedirte perdón, pero no me sale, ya no, lo único que deseo es que lo que me queda por vivir no lo haga pensando siempre en ti y en lo que hice. No fue lo correcto, debería decírtelo, pero estoy segura de que terminaría justificándome, diciendo que tus actos anteriores fueron los precursores sin duda. Lo lamento, sí, lo lamento, pero más por mí que por ti, no te mereces ni que te piense, ni que me preocupe, sabes tan bien como yo que no. Te perdoné, te disculpé, busqué excusas para cada uno de tus desplantes y traté de entender lo que todo el mundo decía que no era posible.
Contigo perdí la inocencia, la ingenuidad y a cambio gané la desconfianza y la capacidad de controlar sentimientos, de deshacerlos. Hoy escribo esto, porque es la puerta que quiero cerrar, necesito dejarlo fuera para seguir caminando en paz, para que mi conciencia me perdone. Seguiremos adelante, y si la vida nos vuelve a cruzar, no nos conoceremos y ya no podrás adivinar lo que esconde mi sonrisa, esa será mi mejor venganza.

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