jueves, 24 de marzo de 2011

Una llamada


Un escalofrío recorrió lentamente su espina dorsal. Petrificado con el teléfono en la mano era incapaz de moverse. Al otro lado ya no se escuchaba la voz de nadie, simplemente el sonido monótono y alternante del fin de llamada. Acaso era posible lo que le estaba sucediendo o simplemente era una horrible pesadilla de la que de un momento a otro despertaría sobresaltado en su cama.
Comenzó a sentir náuseas, tenía la impresión de que unas tenazas iban oprimiendo la boca de su estómago. Le costaba respirar y pensó que en unos segundos perdería el sentido y caería al suelo. Quizás eso era lo mejor que le podría pasar en aquel momento, entrar en una fase de inconsciencia y permanecer en ella el tiempo que durase el sufrimiento que se aproximaba.

Su pensamiento lo transportó a aquella playa en los días de final de verano, en las horas en que el sol ya no araña la piel sino que la acaricia suavemente y la brisa del mar transporta el sonido ahogado de las dóciles olas que se arrastran hasta la orilla. Sus pies entrelazados con los de ella mezclándose con la fina arena. Los reflejos en su pelo y su mano apartándolo lentamente para perderse en aquella mirada de ojos negros como un pozo sin fondo.

Volvió súbitamente a la realidad. Seguía sin poder reaccionar. Cómo aceptar que aquel pozo se había cerrado para siempre.

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