La ligereza de las cortinas, permitía que la tibia luz entrase a través de ellas, pintando las paredes de un ámbar tenue que invitaba a la tranquilidad y el bienestar.
En la cama, dos cuerpos, uno al lado del otro, separados cada cual en su lugar y sin embargo juntos más allá de lo meramente físico.
Ella lo miró mientras aún dormía, contempló su rostro sereno y se complació en la respiración suave y los movimientos acompasados de su pecho. En el ocaso de sus vidas las dudas hacía mucho tiempo que se habían disipado. Había tomado la decisión correcta cuando escogió estar a su lado, aunque para ello hubo de pasar por largos episodios que la arrojaban de un estado de ánimo a otro sin tregua, experimentando sentimientos en sus estados más primitivos y llevándola incluso a vivir por momentos fuera de la realidad.
Muchas veces se despertaba antes que él simplemente para hacerlo, para deleitarse en la sensación que le provocaba tenerle ahí dormido, posar la mano en su pecho y notar cómo latía el corazón. En alguna ocasión mientras lo hacía las lágrimas resbalaron por sus mejillas calladamente. No era tristeza, no había sollozos, ni lamentos. Eran la expresión física de la paz infinita que sentía por haber llegado al final de sus días, sin el peso que genera el no haber luchado o haber arriesgado por lo que sentía. A su lado tenía la razón y en su corazón la recompensa.
2 comentarios:
Tienes que ver "Yo soy el amor".
Otro beso.
Está en la lista de espera de películas pendientes ;)
Un besito
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