- ¿Tienes miedo? - La pregunta le retumbaba en el interior, esa voz, no podía quitársela de encima.
Agachó la cabeza, no sabía qué contestar, posó la mirada en sus zapatos, no estaban relucientes, nunca lo habían estado, por más que se lo había propuesto nunca consiguió que lo estuvieran, como eso, así le había pasado con casi todas las cosas de su vida, demasiados planes, demasiados propósitos, buenos propósitos, que no pasaron de ser proyectos, sin culminar por falta de tiempo, de ganas, de confianza.
Y la pregunta seguía latente, qué podía decir, que sí, que tenía miedo, que siempre lo había tenido, no sabía bien a qué, ni por qué, pero lo tenía, lo sentía dentro, agarrado a sus entrañas, devorando sus sueños, haciéndolos añicos. O que no, que ya, llegados a este punto no temía a nada, se sentía de vuelta de todo, y no encontraba nada que pudiera perturbar su más profundo sueño; mentía, se mentía a sí mismo, sabía que eso no era cierto, que hubo un tiempo en que el miedo lo dejó vivir en paz, dándole una tregua, pero de eso hacía ya mucho, demasiado, él era joven y no pensaba en lo que había de venir, y con el paso de los años le salieron arrugas en la piel, y en el alma, y de nuevo lo sintió, infundado o no, ahí estaba.
Comenzó a temblar, quizás por el frío, o quizás por la situación, antes o después de romper a llorar, no estaba seguro, temblaba, al principio con suavidad, como un ligero tintineo, y luego de manera incontrolada. No entendía qué era lo que le movía a ello, pero lloraba profundamente, echando en cada quejido toda la rabia contenida a lo largo de su vida, sentía que su corazón era un caballo desbocado, latiendo a toda prisa, golpeándole el pecho, se sintió morir y contra todo pronóstico, ahora no tuvo miedo, no le importaba lo que sucedería después, si se sentiría solo, si podría llenar el vacío que tenía dentro de sí, si encontraría a esa persona, si llegaría a evitar lo que hasta ahora le parecía inevitable, ya no importaba nada.
- ¿Tienes miedo? - Escuchó de nuevo, en lo que le pareció un susurro, levantó la mirada, sosteniéndola y contestó firmemente - no -
Una ola de paz lo invadió, dejaron de brotar lágrimas de sus ojos, y el aire penetró con serenidad y plenitud en sus pulmones, y su cuerpo desmadejado, agotado, se dejó vencer por el sueño y al fin descansó sin temer la llegada de la luz de la mañana.